Autor: Carlo De Amicis
“Todos los seres beben de la alegría
del seno abrasador de la naturaleza.
Los buenos como los malos,
siguen su senda de rosas.
Ella nos da besos y vino”
Friedrich Schiller “Oda a la alegría”
“Todos los seres beben de la alegría
del seno abrasador de la naturaleza.
Los buenos como los malos,
siguen su senda de rosas.
Ella nos da besos y vino”
Friedrich Schiller “Oda a la alegría”
Un sentimiento muy frecuente entre los clientes que acuden a la consulta de los profesionales de la psicología es un sentimiento de tristeza, de desesperanza: viven un vacío interior, con una profunda insatisfacción y decepción con la vida que llevan.
Este sentimiento choca con la forma de enfrentarse a la vida que domina la sociedad actual: hay que ser felices, estar alegres, la tristeza y la melancolía ya no están de moda, si algo va mal hay que disimular, hacer como si tal cosa, lo importante son las apariencias y hay que aparentar éxito y felicidad. Esta mentalidad de las apariencias provoca un ulterior malestar en las personas que pasan por una etapa triste de su vida: se sienten culpables, incomprendidas, inapropiadas.
Para empezar, tenemos que poner en claro que cuando hablamos de tristeza no nos referimos a ninguna enfermedad o culpa, sino a un sentimiento normal, un sentimiento muy humano que todo el mundo experimentamos en ocasiones. Se trata de una forma que los seres humanos tenemos para adaptarnos mejor a las cambiantes y a veces dolorosas circunstancias de nuestra existencia.
Porque es indudable que hay veces en las que tenemos todas las razones para estar tristes, y en esas circunstancias no tenemos por qué tenerle miedo a la tristeza: la vida es dura y nos pone ante pruebas muy arduas de superar, y un nivel apropiado de tristeza es un ingrediente necesario para poder superar las adversidades. Es muy trascendental evitar reprimir este sentimiento, cruel pero necesario, y permitirnos experimentarlo, sentirlo en lo más hondo de nuestro ser. Estamos tristes porque estamos vivos, y esta tristeza es una parte importante de nuestra existencia, no nos vale intentar anestesiar el dolor de vivir, porque la anestesia nos quita sensibilidad, esa misma sensibilidad que nos permite experimentar placer y alegría ante los pequeños pero importantes acontecimientos positivos de nuestra vida.
En lo que es tal vez el fragmento más famoso de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos (1776) podemos leer “Sostenemos que estas verdades son por sí mismas evidentes: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos se encuentran la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”. Hoy hay un derecho nuevo que quiero reivindicar: el derecho a la tristeza.
Sí, no me cabe la menor duda, el derecho a buscar la felicidad es inseparable del derecho a estar tristes. Tenemos derecho a estar tristes, porque la felicidad se nos resiste o nos abandonó, tenemos derecho a estar tristes porque hay proyectos que no se cumplen o se quiebran. Esta tristeza que siento es trascendental, porque es la señal de que lamento algo y solo desde esta tristeza puedo encontrar la fuerza de luchar contra las adversidades, contra el sufrimiento, contra la desesperanza.
Reivindico el derecho a estar triste sin vivir en la tristeza. Sí, es vivir en la tristeza el verdadero problema, porque si reivindico el derecho a estar triste es por romper con los esquemas de la sociedad de las apariencias pero creo que en esta vida hay un lugar para la esperanza, la alegría, el cariño. Estoy convencido que existe otra forma de vivir mis emociones, una forma más autentica que me permite transitar por la tristeza sin quedarme atrapado en ella.
Así que al igual que reivindico el derecho a la tristeza, también reivindico el derecho a estar alegre, a disfrutar de las pequeñas cosas que la vida nos regala todos los días.
Hay dos simples ejercicios que recomiendo a quien quiera aprender a superar la tristeza.
El primero es un ejercicio muy sencillo y que siempre recomiendo a mis clientes: apuntar las cosas buenas que nos ocurren todos los días. Puede tratarse de cosas triviales y aparentemente sin importancia como el sabor de un café bien hecho, el canto de los pájaros revoloteando delante de mi ventana, un rato agradable pasado con amigos riendo, hacer el amor, leer, una película o un libro, escuchar música, cantar en la ducha, pasear…
Es un ejercicio muy simple que nos ayuda a desarrollar una mayor sensibilidad hacia la cara agradable de la vida.
El segundo ejercicio consiste en planificar actividades placenteras, incluso y sobre todo si nos sentimos muy bajos de moral y muy desganados. El hecho de planificarlas incrementa la probabilidad de que cosas agradables ocurran y cuando ocurre algo agradable nos sentimos algo mejor (sobre todo si hemos aprendido a fijarnos). Si estamos pasando por una mala racha y nos sentimos muy deprimidos, es fundamental esta planificación, porque de no hacerlo así es probable que entremos en una espiral de negativismo y pasividad de la que nos va a resultar difícil salir.
Es básico que nos sintamos comprometidos con nuestro plan de actividades pero que a la vez mantengamos cierta flexibilidad. Comprometerse con el plan implica tomarlo en serio, confiar en que si de verdad realizamos las actividades nos acabaremos sintiendo algo mejor. Hay que revisar en qué medida estamos realizando nuestro plan y el placer que nos proporciona.
También hay que ser flexibles, y esto implica saber que este plan lo diseñé para mi propia felicidad y no para amargarme la vida: significa saber que puedo cambiar una actividad placentera por otra placentera, sin que esto suponga una violación del plan, al igual que puedo cambiar de día o de horario unas actividades sin que el plan se vea afectado. Asimismo, flexibilidad significa conocer y aceptar mis limitaciones: así que si algún día me he dejado arrastrar por la tristeza y he caído en la pasividad, evito sentirme culpable (puesto que sentirme culpable no me ayuda a cambiar mis situación, y lo único que logra es hundirme cada vez más) y me vuelvo a levantar con el ánimo de volver a intentarlo.
Estos dos ejercicios, son muy simples y sin embargo nos pueden ayudar a tener una mejor calidad de vida, una vida en la que la tristeza tiene lugar (porque hemos aprendido a aceptarla como un elemento básico de nuestra existencia) y en la que dejamos espacio también para la alegría, fijándonos en lo bueno que ocurre y creando con nuestro esfuerzo diario ocasiones para que la alegría pueda producirse. Si hoy te sientes triste, no reprimas este sentimiento y vívelo con intensidad, utilizando su fuerza como energía para ir detrás de los sueños que aún te quedan.
Este sentimiento choca con la forma de enfrentarse a la vida que domina la sociedad actual: hay que ser felices, estar alegres, la tristeza y la melancolía ya no están de moda, si algo va mal hay que disimular, hacer como si tal cosa, lo importante son las apariencias y hay que aparentar éxito y felicidad. Esta mentalidad de las apariencias provoca un ulterior malestar en las personas que pasan por una etapa triste de su vida: se sienten culpables, incomprendidas, inapropiadas.
Para empezar, tenemos que poner en claro que cuando hablamos de tristeza no nos referimos a ninguna enfermedad o culpa, sino a un sentimiento normal, un sentimiento muy humano que todo el mundo experimentamos en ocasiones. Se trata de una forma que los seres humanos tenemos para adaptarnos mejor a las cambiantes y a veces dolorosas circunstancias de nuestra existencia.
Porque es indudable que hay veces en las que tenemos todas las razones para estar tristes, y en esas circunstancias no tenemos por qué tenerle miedo a la tristeza: la vida es dura y nos pone ante pruebas muy arduas de superar, y un nivel apropiado de tristeza es un ingrediente necesario para poder superar las adversidades. Es muy trascendental evitar reprimir este sentimiento, cruel pero necesario, y permitirnos experimentarlo, sentirlo en lo más hondo de nuestro ser. Estamos tristes porque estamos vivos, y esta tristeza es una parte importante de nuestra existencia, no nos vale intentar anestesiar el dolor de vivir, porque la anestesia nos quita sensibilidad, esa misma sensibilidad que nos permite experimentar placer y alegría ante los pequeños pero importantes acontecimientos positivos de nuestra vida.
En lo que es tal vez el fragmento más famoso de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos (1776) podemos leer “Sostenemos que estas verdades son por sí mismas evidentes: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos se encuentran la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”. Hoy hay un derecho nuevo que quiero reivindicar: el derecho a la tristeza.
Sí, no me cabe la menor duda, el derecho a buscar la felicidad es inseparable del derecho a estar tristes. Tenemos derecho a estar tristes, porque la felicidad se nos resiste o nos abandonó, tenemos derecho a estar tristes porque hay proyectos que no se cumplen o se quiebran. Esta tristeza que siento es trascendental, porque es la señal de que lamento algo y solo desde esta tristeza puedo encontrar la fuerza de luchar contra las adversidades, contra el sufrimiento, contra la desesperanza.
Reivindico el derecho a estar triste sin vivir en la tristeza. Sí, es vivir en la tristeza el verdadero problema, porque si reivindico el derecho a estar triste es por romper con los esquemas de la sociedad de las apariencias pero creo que en esta vida hay un lugar para la esperanza, la alegría, el cariño. Estoy convencido que existe otra forma de vivir mis emociones, una forma más autentica que me permite transitar por la tristeza sin quedarme atrapado en ella.
Así que al igual que reivindico el derecho a la tristeza, también reivindico el derecho a estar alegre, a disfrutar de las pequeñas cosas que la vida nos regala todos los días.
Hay dos simples ejercicios que recomiendo a quien quiera aprender a superar la tristeza.
El primero es un ejercicio muy sencillo y que siempre recomiendo a mis clientes: apuntar las cosas buenas que nos ocurren todos los días. Puede tratarse de cosas triviales y aparentemente sin importancia como el sabor de un café bien hecho, el canto de los pájaros revoloteando delante de mi ventana, un rato agradable pasado con amigos riendo, hacer el amor, leer, una película o un libro, escuchar música, cantar en la ducha, pasear…
Es un ejercicio muy simple que nos ayuda a desarrollar una mayor sensibilidad hacia la cara agradable de la vida.
El segundo ejercicio consiste en planificar actividades placenteras, incluso y sobre todo si nos sentimos muy bajos de moral y muy desganados. El hecho de planificarlas incrementa la probabilidad de que cosas agradables ocurran y cuando ocurre algo agradable nos sentimos algo mejor (sobre todo si hemos aprendido a fijarnos). Si estamos pasando por una mala racha y nos sentimos muy deprimidos, es fundamental esta planificación, porque de no hacerlo así es probable que entremos en una espiral de negativismo y pasividad de la que nos va a resultar difícil salir.
Es básico que nos sintamos comprometidos con nuestro plan de actividades pero que a la vez mantengamos cierta flexibilidad. Comprometerse con el plan implica tomarlo en serio, confiar en que si de verdad realizamos las actividades nos acabaremos sintiendo algo mejor. Hay que revisar en qué medida estamos realizando nuestro plan y el placer que nos proporciona.
También hay que ser flexibles, y esto implica saber que este plan lo diseñé para mi propia felicidad y no para amargarme la vida: significa saber que puedo cambiar una actividad placentera por otra placentera, sin que esto suponga una violación del plan, al igual que puedo cambiar de día o de horario unas actividades sin que el plan se vea afectado. Asimismo, flexibilidad significa conocer y aceptar mis limitaciones: así que si algún día me he dejado arrastrar por la tristeza y he caído en la pasividad, evito sentirme culpable (puesto que sentirme culpable no me ayuda a cambiar mis situación, y lo único que logra es hundirme cada vez más) y me vuelvo a levantar con el ánimo de volver a intentarlo.
Estos dos ejercicios, son muy simples y sin embargo nos pueden ayudar a tener una mejor calidad de vida, una vida en la que la tristeza tiene lugar (porque hemos aprendido a aceptarla como un elemento básico de nuestra existencia) y en la que dejamos espacio también para la alegría, fijándonos en lo bueno que ocurre y creando con nuestro esfuerzo diario ocasiones para que la alegría pueda producirse. Si hoy te sientes triste, no reprimas este sentimiento y vívelo con intensidad, utilizando su fuerza como energía para ir detrás de los sueños que aún te quedan.
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